Hace algunos años, la revista francesa “L´equipe” (publicación sobre fútbol más prestigiosa que existe) seleccionó a los tres teóricos que más saben de fútbol: el húngaro Csanadi, el francés Boulogne y el español Laureano Ruiz . Recuerdo que mi padre se sintió muy halagado de que le incluyesen junto con los que habían sido “sus admirados maestros”. Hoy ellos dos están muertos, por lo que Laureano Ruiz es el más grande teórico de fútbol del mundo. No lo digo yo, lo dice “L´Equipe”. Yo hace ya décadas que rechacé ser el típico niño que farda de papá-entrenador… Es más: en este artículo quiero desmitificar a mi padre, contando cuál es su verdadero secreto y cuáles sus verdaderas virtudes, que no tienen nada que ver con todo lo que se dijo en el homenaje que le acaba de dedicar el mundo del fútbol catalán:
Que si 7 veces campeón de España con equipos juveniles e infantiles (5 con el Barça y 2 con el Racing); que si el el jugador y entrenador más joven de España cuando debutó con el Racing en ambos casos; que si el forjador de jugadores profesionales -desde la base- más importante de la historia; que si un avanzado para su época, cuyos métodos de entrenamiento y sistema de juego tanto influyeron en Rinus Michels y –posteriomente- en Cruyff, dando lugar a la “Naranja Mecánica” de la selección holandesa y al mejor Barça de los últimos tiempos; que si bla, bla, bla…
Y así, los asistentes al homenaje seguían alabando amablemente a mi padre, sin saber lo principal… y encima venían algunos pesados, a preguntarme cosas del tipo “¿Y tú: ¿como no has salido futbolista o entrenador con el maestro que tienes en casa?... Yo les miraba con lástima -por desconocer el secreto- y les explicaba que yo había sido adiestrado y dominaba perfectamente el método futbolístico de Laureano, pero que esos conocimientos no tenían ningún mérito, no me interesaban. Que lo más importante de lo poco que yo se , efectivamente se lo debo a mi padre; pero no son conocimientos que él me enseñase, sino que me transmitió con su actitud. Y que ese legado no se refiere al fútbol, sino a valores como la dignidad, la honradez, la profesionalidad, el amor por su familia, la lealtad, la sinceridad y sobretodo el “ cumplir tu misión de vida” (para que al morirte, lo hagas satisfecho por haber hecho “lo que tenías que hacer y querías hacer”).
En cuanto les soltaba esto, conseguía que los interpeladores se excusasen por tener que ir “al water” o “a per més cava”, mientras – en catalán- iban diciendo: “Sí que és bastant raro, el seu fill”.
Yo sonreía y me acordaba del secreto de mi padre que no es otro que el siguiente: Laureano tuvo un sueño de adolescente, en el que se le apareció San Tillana, el ángel que más alto vuela (y buen aficionado al fútbol), quien le regaló la flauta mágica, para que le acompañase en toda su carrera. Le indicó que ese instrumento, hacía siglos, había pertenecido a un alemán que iba de pueblo en pueblo limpiando las plagas de ratas. Le dijo que debía aprender a aplicar el uso de la flauta en la actualidad y se la incrustó en el corazón.
Mi padre, incrédulo, le preguntó si debía dedicarse a la música, pero el angel Tillana -riéndose- le espetó ¡ Ni se te ocurra!; yo te he dado esto para que “limpies de ratas” el fútbol actual. Además, ni siquiera vas a ser un flautista famoso, sino algo así como uno de esos músicos de culto que la gente del mundillo venera, pero el gran público ignora o infravalora… aunque todo ello aplicado al mundo del fútbol.
Mi padre se despertó sobresaltado del sueño y se dirigió al campo dónde tenía partido con los infantiles del Racing. Ese día jugó el mejor partido que había disputado nunca. Cada vez que conectaba con su “flauta interior” realizaba unos pases y jugadas increíbles…Gracias a la flauta, a los 17 años le subieron al primer equipo del Racing y – curiosamente- algunos aficionados ( los más intuitivos) le llamaban “ Argenta”, por sus labores de “ director de orquesta”. Lógicamente, mi padre ocultaba que él – en realidad- no hacía nada, sólo tocaba mentalmente la flauta de su corazón…
Por aquellos años de jugador profesional ya entrenaba a los juveniles del Racing y cayó en sus manos el libro “El flautista de Hamelín”. Fue leerlo y entender todo: el significado de las palabras del ángel y – consiguientemente- su misión en esta vida:
Empezó a “tocar la flauta” durante los partidos de los equipos que él dirigía como entrenador y entonces algo mágico sucedía: sus jugadores empezaban a bailar una especie de danza ritual, en conjunto, de una belleza arrebatadora, que hipnotizaba al equipo contrario. También aprendió a utilizar la flauta individualmente, para sacar lo mejor de cada jugador… Años después se dio cuenta que con los adultos profesionales funcionaba peor, porque el ego les taponaba los oídos y tenían más dificultades para escuchar la música. Por lo que decidió dedicarse al fútbol base, y como un flautista de Hamelín moderno, se fue recorriendo muchos campos para hacer bailar a los niños con el balón. Al igual que el flautista del cuento, se encontró a muchos “alcaldes-presidentes de club” que se quisieron aprovechar de él o engañarle. Entonces mi padre hacia lo que el flautista del cuento: cogía su flauta y se iba a tocar a otro sitio que le valoraran, dejando a los equipos de niños grises, sin ritmo…
Y este es el secreto de mi padre. Por todo ello, por ser un entrenador distinto, un jugador distinto, un padre distinto, se merecía que mi particular homenaje también fuera distinto, pero no sabía cómo… así que me limitaré a honrarle y quererle mientras esté conmigo…. Y a recordar su mágica melodía y enseñársela a mis futuros hijos cuando él no esté.